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Entre la Cruz y la Espada

 

La encomienda en la Europa medieval era una institución a partir de la cual se relacionaban dos señores. El menos poderoso entregaba un servicio a cambio del cual el más poderoso otorgaba una recompensa. Esta institución fue en América un mecanismo que relacionó a la Corona Española con los primeros conquistadores. Pero una diferencia fundamental con respecto a la encomienda europea fue que la población nativa de América fue una parte de la recompensa entregada a los encomenderos, constituyéndose en el tercer actor de esta relación. Las tensiones y los conflictos que surgieron entre la Corona y los encomenderos alrededor de las condiciones y los alcances de la encomienda fueron un rasgo decisivo en el proceso de conquista durante el siglo XVI.

                          

A los conquistadores les interesaba más la fortuna y la gloria que inculcar el evangelio en las comunidades indígenas

 

 El desastre de las Antillas

La primera etapa de la encomienda se da entre 1492 y 1519 en el contexto de la ocupación de las Antillas y otras islas del Caribe. El sistema consistía en un repartimiento por parte de la corona de los indios como mano de obra obligatoria en los campos y las minas explotados por los españoles con residencia urbana, a cambio del cual los encomenderos debían pagar un salario a “sus” indios, responsabilizarse de su cuidado e instruirlos en la fe católica.  La consecuencia de la implantación de este sistema de trabajo forzado fue una profundización de la baja demográfica, que en algunos casos llegó a la extinción total de la población nativa.     

                                  

Un encomendero maltratando a un trabajador.

A partir de 1519 se abrió una nueva etapa en el sistema de encomienda. Cortés estableció este sistema en Nueva España (hoy México), pero introdujo ciertas modificaciones para evitar que se repita la desastrosa experiencia de las Antillas. El reparto de los indios era a perpetuidad y se constituía en un derecho hereditario. El trabajo de los indios se desarrollaba en sus propias comunidades, organizado por sus caciques o jefes y era, en teoría, cuidadosamente regulado para evitar los abusos. Los encomenderos a cambio debían asegurar el bienestar material y espiritual de los indios y prestar servicios militares a la corona.

 

La encomienda en la región andina

Una tercera fase en la historia de la encomienda transcurrió entre 1532 y 1542, y estuvo vinculada al dominio del imperio Incaico logrado por Pizarro. Wachtel la caracteriza por la continuidad de la tradicional (bajo el Incario) exigencia de tributo en fuerza de trabajo, a la que se sumaban exigencias de productos naturales que constituyeron una ruptura con el sistema acostumbrado. Destaca que las condiciones del tributo para las comunidades fueron peores para aquellas encomendadas a “privados”.

                                 

Cristiano encomendero de indios. Dibujo de Felipe Guamán Poma de Ayala

En 1542 la Corona intentó aplicar la “Leyes Nuevas” que consistían en el fin de la acción de encomendar indios desde ese momento, la anulación de algunas encomiendas y la eliminación de su carácter heredable. Estas leyes surgieron a partir del duro debate que enfrentaba a Las Casas, uno de los primeros en denunciar a la encomienda como una institución injusta; con Sepúlveda, que apoyaba a los encomenderos en su solicitud de perpetuidad de la tenencia y jurisdicción sobre sus tributarios. En Nueva España existió oposición a la aplicación de estas leyes, pero el enfrentamiento fue mucho más violento en Los Andes, donde estalló una guerra civil entre los encomenderos y la Corona.

En 1549 la Corona se impuso y comenzó una nueva etapa de la encomienda que se prolongó hasta 1570. Los rasgos principales de esta etapa se relacionan con que la exigencia predominante fue en especie, pero se agregaban pedidos de fuerza de trabajo y, progresivamente, de dinero. Los nativos producían el tributo en sus comunidades, y el papel del curaca como mediador de las pretensiones de los encomenderos fue clave. Un aspecto novedoso fue que la Corona organizó las primeras tasaciones, que permitieron una distribución más precisa de las cargas que debía afrontar cada comunidad. Así mismo la Corona estableció que sus funcionarios se encargaran de la recolección del tributo, para evitar el control directo y los abusos contra la población indígena por parte de los encomenderos.

En este sentido la Corona prohibió que los encomenderos exijan “servicios personales” a sus encomendados, aunque esta medida se fue cumpliendo efectivamente de manera lenta y progresiva. Para Assaudourian, esta etapa estuvo caracterizada por la mercantilización de parte de la renta en especie recibida por los encomenderos vinculada a la formación de un mercado en el centro minero de Potosí.

                          

La primera imagen de Potosí que llegó a Europa, realizada por Pedro Cieza de León en 1553.

 

Las reformas toledanas

La última fase de la encomienda en el siglo XVI empezó en 1570 con la ejecución de las reformas toledanas. Toledo instauró una centralización del tributo hacia la Corona y homogeneizó el mismo en dinero. No obstante, esto fortaleció el sistema de mita según el cual la Corona exigía a las comunidades prestaciones de trabajo en empresas productivas españolas (no sólo de encomenderos) a cambio de un salario. El objetivo de la Corona era que la extracción de excedentes desde las comunidades no impidiera la reproducción de las mismas. Sin embargo, la encomienda fue una institución que desequilibró a las comunidades en un sentido profundo al desorganizar las relaciones de redistribución y reciprocidad tradicionales.

Los encomenderos y la Corona no entregaban bienes materiales ni simbólicos a cambio del tributo que percibían. La producción del tributo carecía de sentido para los indígenas, y los niveles de explotación y autoexplotación a los que se veían sometidos crecieron en virtud del dramático descenso demográfico. El trabajo de Assaudourian sobre la constitución orgánica de la economía colonial en Los Andes demuestra claramente como las reformas toledanas produjeron una crisis de la encomienda en cuanto a forma dominante de producción de excedente mercantil agrario. El aumento de la producción minera y la reproducción ampliada del mercado interno, la presión de los españoles no encomenderos para obtener mano de obra indígena para sus empresas y el arrastre de trabajo simple hacia la producción minera contribuyeron a desplazar a los encomenderos como fracción agraria dominante.

Por otro lado, la usurpación de tierras de las comunidades nativas por parte de empresarios españoles y el trabajo forzado en estas nuevas haciendas condujo a una producción agraria creciente orientada al mercado. Esta explotación de la mano de obra autóctona se daba bajo condiciones de producción diferentes con respecto a las que caracterizaban a la producción en las comunidades nativas. De esta forma, mientras que la encomienda fue una institución que en alguna medida garantizaba en parte la reproducción del ayllu (comunidad económico-social básica para los pueblos originarios de Los Andes), este nuevo proceso acentuó la disociación entre los productores y sus medios naturales de producción y, por consiguiente, la desconstrucción del sistema de producción primitivo.

 Léase

ASSAUDOURIAN, Carlos Sempat (1979), “La producción de la mercancía dinero en la formación del mercado interno colonial. El caso del espacio peruano, siglo XVI”, E. Florescano (comp.), Ensayos sobre el desarrollo económico en México y América Latina (1500-1975), F.C.E.

 BRADING, David, A. (1991), Orbe Indiano. De la monarquía católica a la república criolla, F.C.E.

 ELLIOT, J, H., (1990), “La conquista española y las colonias de América”, en: Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina, tomo 1, Cambridge University Press-Editorial Crítica.

 WACHTEL, Nathan, (1976), Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570), Alianza.

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