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Explotación y Poder: El rol de las haciendas en la economía colonial.

  Durante los siglos XVII y XVIII, la estructura económica agraria colonial se caracterizó por la coexistencia de diferentes unidades productivas. Las explotaciones familiares, las comunidades indígenas y las misiones jesuíticas producían predominantemente con fuerza de trabajo familiar o de la propia comunidad y tenían como objetivo principal lograr la autosuficiencia. Por otro lado, existían grandes explotaciones que utilizaban trabajo no familiar y cuyo objetivo principal se relacionaba con la satisfacción de la demanda mercantil. Las estancias, las grandes haciendas manejadas por religiosos (especialmente por jesuitas) y, sobre todo las haciendas clásicas coloniales, constituyeron este segundo grupo que determinó en gran medida el carácter de la estructura social rural y su vinculación con el espacio urbano.

La caída demográfica que afectó a los nativos y el proceso de desestructuración de las comunidades indígenas que se aceleró desde finales del siglo XVI, permitió que funcionarios, antiguos encomenderos, familias adineradas e instituciones corporativas se apropiaran de grandes extensiones de territorio. Todos ellos, apoyándose en sus influencias políticas, se convirtieron en grandes hacendados en un momento en que la tierra se revalorizó como consecuencia de la creciente demanda de productos agrarios por parte de las capitales administrativas y los populosos centros mineros.

                       La hacienda colonial.

 La lógica económica de la hacienda clásica colonial

El objetivo último de la hacienda clásica colonial era obtener la mayor ganancia posible. La estrategia de producción estaba orientada principalmente a los mercados, pero también incluía una significativa producción para satisfacer las demandas de medios de vida e insumos productivos de la propia hacienda. Esta estrategia doble se explica por las características de los mercados, la poca disponibilidad de capital líquido y los frecuentes desastres naturales.

Los mercados eran reducidos y se limitaban primordialmente a espacios urbanos como los centros político-administrativos y los centros mineros. Las constantes fluctuaciones de precios le agregaban un factor de irregularidad a estos mercados. Además, existía escasez del capital imprescindible para llevar adelante una política de expansión de la producción en la hacienda. La necesidad del reducido capital líquido disponible para adquirir los productos importados consumidos por los habitantes blancos y mestizos de la hacienda acentuó esta política productiva que combinaba metas comerciales y de autosuficiencia. Del mismo modo, las sequías, inundaciones, plagas y epidemias afectaban a la hacienda y prolongaron los aspectos conservadores de su estrategia productiva.

Estas condiciones determinaron que la producción de la hacienda fuera altamente diversificada. En general, las grandes haciendas desarrollaban una producción ganadera, agrícola y manufacturera. La prioridad que se daba a cada una de las producciones dependía en gran medida de las habituales variaciones que sufría el mercado.  Otro aspecto de la lógica de la administración de la finca era una política de apropiación de tierras cuyo fin consistía en   tener acceso a los diferentes recursos rurales (aguas, pastos, tierras fértiles, bosques). De esta forma, la hacienda no constituía siempre una unidad territorial consolidada, sino que era común que estuviese compuesta por múltiples anexos con características geográficas y productivas diferentes.

Una red de relaciones

Un punto destacable con respecto a las estrategias de las haciendas fue la utilización de los vínculos políticos para beneficiar y facilitar su actividad económica. Los hacendados, comerciantes y mineros estaban integrados en una red social que se articulaba también con los funcionarios políticos que representaban a la Corona en América. Más allá de que era el Cabildo el lugar donde el dominio de los hacendados era indiscutido, las necesidades económicas de la Corona les permitieron comprar otros cargos claves.

En el proceso de usurpación, compra, merced, denuncia y composición de tierras ocurrido en el siglo XVII, el peso político de la elite hacendada fue decisivo. El origen y la consolidación de haciendas enormes fue consecuencia tanto de este proceso como de la vertiginosa caída del nivel población indígena, que alcanzó su punto más bajo hacia 1650. Lindley destaca que la hacienda era una unidad económica con fines primordialmente comerciales que estaba integrada a una trama de relaciones económicas y políticas. Esta red se expresaba en las relaciones matrimoniales y crediticias que le daban coherencia a una elite compuesta por comerciantes, empresarios mineros y agrícolas, y funcionarios coloniales.

En una economía sin banca, las obligaciones de parentesco y las lealtades personales constituyeron el mecanismo para acceder al crédito. A diferencia de Florescano que plantea la progresiva dependencia del capital productivo al capital comercial, Lindley afirma que el funcionamiento de las grandes empresas familiares, observado de forma global, otorga elementos de complementación de las diferentes actividades (minas, haciendas, comercio) y no la subordinación de unas a otras.

                                  La jerarquía de una hacienda ganadera mexicana

Lindley sostiene que no debe plantearse la dicotomía redituabilidad o prestigio cuando se intenta entender la lógica de producción de la hacienda. En una estructura social donde no se habían desarrollado instituciones impersonales, el prestigio acumulado por una familia era un aspecto primordial para obtener capital y otros recursos necesarios para llevar adelante con éxito cualquier emprendimiento económico.

  Las formas de trabajo

La combinación de formas laborales fue otro rasgo típico de la hacienda colonial. Principalmente, estas formas de trabajo fueron el trabajo esclavo, las prestaciones de trabajo temporarias de los pueblos indígenas, las prestaciones de trabajo eventuales de los arrendatarios, los aparceros y los agregados, el peonaje asalariado con o sin deudas y la labor del personal de administración residente.

El trabajo esclavo se desarrollaba sobre todo en los anexos en donde se producían cultivos comerciales como el azúcar o en los obrajes textiles; ya que para estas producciones era necesario un trabajo permanente e intensivo. Sin embargo, los esclavos cumplían labores agrícolas y ganaderas diversas, y en algunas oportunidades ejercían tareas de supervisión sobre otros trabajadores permanentes o temporarios. En general el trabajo esclavo no tuvo un peso decisivo porque la compra de esclavos obligaba al hacendado a desembolsar importantes cantidades del escaso dinero disponible. Las condiciones de trabajo para los esclavos eran duras e incluían castigos corporales como azotes o marcas a fuego en la piel. En general al llegar a la vejez eran liberados y abandonaban la hacienda.

                               Trabajadores en una hacienda

El trabajo temporal suministrado por los pueblos indígenas era requerido por la hacienda en los momentos de cultivo, desyerbe y levantamiento de las cosechas. El éxito del hacendado para conseguir un gran volumen de fuerza de trabajo simple por unas pocas semanas descansaba en las necesidades de dinero que tenían las comunidades indígenas. Este dinero se destinaba al pago de tributos estatales y obligaciones religiosas, como así también a la compra coactiva de productos denominada “sistema de repartimiento de mercancías”. Los trabajadores recibían un jornal mayoritariamente en dinero, aunque era frecuente que parte del mismo se saldase con maíz o el permiso para acceder a aguadas y bosques previamente apropiados por los hacendados.

Dentro de la categoría de trabajadores indígenas temporales es necesario distinguir las políticas tributarias que implementó la Corona relacionadas con las prestaciones rotativas, temporales y forzosas que se imponían a las comunidades indígenas como tributo. En México, este sistema se conoció como repartimiento y beneficiaba a las empresas económicas españolas (minas, haciendas) con mano de obra indígena por la cual pagaban un pequeño jornal. Este sistema fue abolido para México en 1630. En Perú, el sistema conocido como mita presentaba características análogas al repartimiento. Sin embargo, en el área andina el sistema de reparto forzoso de fuerza de trabajo fue mucho más gravoso para las comunidades nativas por su extensión y duración (se inició a mediados del siglo XVI y se prolongó por todo el período colonial.)

Algunos miembros de las comunidades indígenas o pobladores españoles o mestizos que carecían de tierras solían entablar diversos contratos de arriendo de parcelas de tierra con el gran propietario. A cambio de la posibilidad de poder explotar la parcela, los arrendatarios debían pagar una renta en productos, dinero o prestaciones laborales al hacendado. La ventaja para el hacendado consistía en contar con fuerza de trabajo disponible para los momentos más necesarios, sin tener que pagar por ella con fondos líquidos. En una estructura económica agraria en donde abundaba la tierra, pero escaseaba el capital y la mano de obra estos arreglos eran muy convenientes para los propietarios.

Los acuerdos de aparcería compartían las ventajas de disponibilidad laboral para el hacendado. Además, el aparcero se comprometía a ceder una parte de su producción. Por último, existían “agregados” o familias sin tierras que producían para su subsistencia al interior de la hacienda sin que mediara un acuerdo formal. Este grupo se sumaba a la fuerza de trabajo aprovechable por el hacendado. Una estrategia común entre los hacendados era ubicar a los arrendatarios, aparceros y agregados en la cercanía de los límites de la hacienda, evitando así las “invasiones” de los pueblos vecinos.

Los peones con o sin deuda constituyeron la fuerza de trabajo permanente preponderante de la hacienda tradicional. Contaban con una mayor especialización que los trabajadores estacionales y cobraban un salario mensual. Este salario estaba compuesto primordialmente por producciones de la propia hacienda (maíz, textiles) más una pequeña porción de dinero.

Los administradores, mayordomos y ayudantes se encargaban de organizar y supervisar la producción en la hacienda. La enorme mayoría de los dueños de las haciendas residían en la ciudad y delegaban en estas personas la marcha de los asuntos de la finca. Aunque estos delegados percibían importantes ingresos, su duración en los cargos no era prolongada dado que los casos de defraudación administrativa en perjuicio de los propietarios eran habituales.                                                                                                                                

El debate sobre el peonaje por deudas.

En su estudio sobre la estructura económica agraria y el surgimiento de la hacienda clásica colonial, Chevalier plantea que en el siglo XVII se produjo una feudalización en la campaña mexicana. El autor sostiene que por la crisis de la producción minera hubo una importante retracción de la producción agrícola orientada al mercado. Los grandes propietarios adoptaron una estrategia de producción orientada a la satisfacción de los medios de vida de los habitantes de la propia hacienda. En este contexto, la propiedad de la hacienda se vinculaba más a una fuente de prestigio que a un intento de obtener el máximo beneficio. Con respecto a la mano de obra, plantea que, ante la insuficiente cantidad de trabajo disponible, los hacendados atraían a los trabajadores ofreciendo altos salarios.

Sin embargo, luego de ingresar en la hacienda los trabajadores eran “fijados” a la misma a través del mecanismo del peonaje por deudas. El hacendado adelantaba al peón dinero y otros productos de la hacienda de tal manera que el peón quedara “atado” a esta obligación y no pudiera dejar la propiedad. Este mecanismo combinado con la capacidad de coerción del hacendado producía el servilismo del peonaje. El estudio de Chevalier realizado para una zona con escasa población indígena sedentaria y agrícola como el Norte de México, se generalizó como un modelo explicativo válido para otras regiones de México y Perú.

                       Inquilinos y peones de hacienda

Florescano está cerca del análisis de Chevalier en cuanto a la existencia ampliada del peonaje por deudas como forma más habitual de retener a los trabajadores en la hacienda. En igual sentido, plantea que el hacendado ejercía un poder absoluto al interior de su propiedad, concepto que remite a los aspectos feudales marcados por Chevalier. Con relación a la lógica de producción de la hacienda, Florescano disiente con Chevalier al afirmar que la hacienda producía principalmente para los mercados de los centros mineros y urbanos.

Gibson discute las afirmaciones de Chevalier, sosteniendo que la hacienda siguió principalmente vinculada al mercado durante el siglo XVII y que el sentido del peonaje endeudado era otro. Basa su análisis en datos de diferentes regiones de México y observa que el peonaje por deudas estaba muy poco extendido en aquellas zonas como el Valle de México o el Sur en donde el nivel de la población nativa era considerable. Por otra parte, sostiene que para la poco poblada región del Norte los adelantos de dinero y recursos de los hacendados deben verse más como una mayor capacidad de negociación de los trabajadores que como una forma de inmovilizar a los mismos. Las características del mercado laboral en el siglo XVII favorecían a la mano de obra, y por otro lado, la capacidad de coacción de la hacienda era reducida en virtud de la gran movilidad de la población (aún la endeudada) que el autor verificó.

En la línea de Gibson, Eric Van Young analiza diferentes variables (deuda, salario, población, precios) durantes los siglos XVII y XVIII. En el siglo XVII las deudas estaban bastante extendidas (sobre todo en las regiones más despobladas) y los salarios eran altos, mientras que la cantidad de población, luego de llegar a su punto más bajo en 1650, inició un leve repunte en la segunda mitad del siglo. En el siglo XVIII las deudas bajaron pronunciadamente, la población aumentó significativamente y el salario nominal se mantuvo estable.

Teniendo en cuenta el proceso de inflación ocurrido en México en el siglo XVIII, el autor concluye en que los salarios reales disminuyeron marcadamente. A partir de estos datos, Van Young sostiene que no hubo una sujeción de los peones endeudados por parte de los hacendados en el siglo XVII y que la baja de las deudas en el siglo XVIII expresa una pérdida de poder de negociación por parte de los trabajadores. Así, el cambio en el volumen de oferta de trabajo en el mercado laboral benefició a los hacendados que ya no estuvieron obligados a adelantar dinero y recursos para atraer a la fuerza de trabajo y comenzaron a pagar salarios más bajos.

             Una Hacienda Colonial en Chile, pintura de Claudio Gay

 La dualidad de la Hacienda Colonial

La ambigüedad que presenta la lógica económica de la hacienda colonial fue determinada por los límites que encontraron en su desarrollo tres procesos vinculados con la consolidación de relaciones capitalistas de producción en la América colonial española.

 El primero se vincula con los problemas y limitaciones que presentaban los mercados americanos. La hacienda rural se vinculaba con los mercados urbanos satisfaciendo la demanda de productos agropecuarios fundamentalmente. Pero, por otra parte, la finca rústica buscaba la máxima seguridad en cuanto a la producción necesaria para satisfacer sus necesidades internas de medios de vida e insumos productivos. De esta manera, en el espacio rural había una producción importante orientada al mercado, pero no se compraban muchos productos en los centros mercantiles. Esto limitaba la expansión de estos centros y frenaba el proceso de formación de mercados en las regiones rurales.

El segundo punto se relaciona con el proceso de acumulación de capital y su inversión en el proceso productivo. En razón de su autosuficiencia interna, el dinero que obtenía la hacienda por la venta de sus productos en el mercado representaba, en gran medida, ganancia neta. Sin embargo, una parte considerable de este capital era orientado hacia gastos suntuosos (por ejemplo, textiles y vinos importados desde Europa) o, en el caso de los jesuitas, la mayor parte de la ganancia se utilizaba para financiar los colegios y las misiones de la orden. Ninguna de estas dos decisiones empresariales se vinculaba a una lógica capitalista de inversión productiva que posibilitara la reproducción ampliada del capital.

El tercer aspecto se refiere a la proletarización de la mano de obra. Aquí también se verifican rasgos ambiguos. La historiografía posterior a Chevalier plantea la preponderancia del trabajo libre asalariado dentro de la hacienda desde el siglo XVII (Gibson, Van Young). Pero, por otro lado, una parte significativa de la fuerza de trabajo de la hacienda se reproducía a partir del trabajo familiar en tierras de las comunidades indígenas o en parcelas de la propia hacienda. Para estos campesinos el salario representaba un complemento a sus ingresos o sólo los recursos necesarios para afrontar los tributos en dinero. Por lo tanto, la situación de la fuerza de trabajo era mixta y todavía no estaban totalmente establecidas las relaciones sociales de producción capitalistas.

En una estructura económica monetaria y mercantil, pero aún no capitalista, los hacendados debieron seguir una lógica en donde el prestigio y las relaciones de parentesco y de lealtad personal eran tan importantes como las acertadas decisiones económicas para lograr su objetivo: la máxima ganancia posible.

Lease

ELLIOT, J, H., “La conquista española y las colonias de América”, en: Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina, tomo 1 (Barcelona, Cambridge University Press-Editorial Crítica, 1990.

ELLIOT, J, H., “España y América en los siglos XVI y XVII”, en: Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina, tomo 1 (Barcelona, Cambridge University Press-Editorial Crítica, 1990.)

FLORESCANO, Enrique; "Formación y estructura económica de la hacienda en Nueva España", en: Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina, tomo 3 (Barcelona, Cambridge University Press-Editorial Crítica, 1990)

LINDLEY, Richard; Las haciendas y el desarrollo económico. México, FCE, 1987.

STERN, Steve, Los pueblos indígenas del Perú y el desafío de la conquista española, Madrid, Alianza, 1986.

TEPASKE,J. y H. KLEIN, "The Seventeenth Century Crisis in New Spain: Myth or Reality?", Past and Present, 90 (febrero 1981) 

VAN YOUNG, Eric; La crisis del orden colonial México. México, Alianza, 1992.

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