Tratemos de
recordar. Volvamos a la mágica escena de la oriental puerta de piedra, que se
abre al pronunciar Ábrete Sésamo,
palabras formuladas por los personajes de Alí Babá y los 40 ladrones, una de
las tantas historias de ese vademécum de alfombras, arena y hechicería que es Las mil y una noches, cuya temática
trascendente que hilvana los sucesos podríamos decir que es la del poder
inmemorial del contar.
Esa puerta que abren los ladrones de la historia, y que luego abrirá copiando Alí, se produce a partir de la emisión de un sonido, de palabras que recorren los aires y las épocas y con las cuales se puede ajustar un punto nodal en la magia, la superchería y la religión. Ábrete Sésamo es lo mismo que Abracadabra, que en su acepción aramea (avrah kahdabra) significa “yo creo como hablo”, o el más directo “decir con hacer”. En la historia de Alí Baba, decir el sonido, que son los vocablos, hace que la puerta se corra.
Hocus Pocus (Abracadabra) fue una película producida por Disney que se estrenó en 1993
Las narraciones de Irán, Indostán, compiladas como libro de Las mil y una noches, recién a fines del siglo XVIII, en Francia, poseen una antigüedad mayor a la vida de ese otro personaje central, que define y divide las aguas (metafórica y literalmente) de uno de los libros (otra compilación de historias) más importantes de nuestra cultura. Nos referimos a la Biblia, cuyos mojones han parcelado la historia: Antiguo y Nuevo Testamento. Vayamos al inicio del primero. Al libro del Génesis. Cito: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas. Entonces Dios dijo: “Que exista la luz”. Y la luz existió. Dios vio que la luz era buena y separó la luz de las tinieblas. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el primer día”. (Cap. 1, Vers. 1-6. Ediciones Paulinas). Así se hizo la luz, separándola de las tinieblas. Pero subrayemos un dato: en ese “soplo creador”, se establece la división que ahí, en el inicio, se precia de estar unida, la Palabra/Sonido con la Acción/Movimiento, que la antigua filosofía occidental, la del lenguaje bastante después, intentarán explicar, indagar.
Dios, en el
libro magno, hace diciendo. La palabra genera movimiento, más allá del que
produce el temblor de las cuerdas vocales divinas (en su versión antropomórfica).
En el inicio del Génesis, surge un torbellino -imagino- atmosférico que separa
entidades. Dios es un mago que con su abracadabra logra separar paja de trigo,
aunque al principio las muestre juntas. Si la palabra es acción, si la mera
pronunciación genera acción, estamos en el terreno de una alquimia lingüística,
de lo mágico, y por lo tanto, de lo pre-científico o irracional. Siguiendo tal
sendero, podría decir Abracadabra y podría, como Alí, mover el mate que acabo
de dejar en la mesa, o abrir la puerta del baño, ya que, desde un origen, desde
el Génesis, la palabra no solamente “nombra”, “dice” sino que “hace”. En el
cuento oriental, en las noches 672 a 690, Alí Babá, escondido, al ver cómo el
capitán de los ladrones logra -con esos Ábrete y Ciérrate Sésamo-, mover la
puerta, copia, dice esas mismas palabras mágicas y consigue el mismo resultado,
accediendo a los tesoros que hay escondidos debajo de la tierra.
"Ali Baba" por Maxfield Parrish
(1909)
Si primero fue el Verbo, hay una complicación y una discusión ¿irresoluble? que, entre tantísimos otros, Platón, Hermes Trismegisto, Lewis Carroll y Jacques Derrida, han sondeado desde diversos ángulos y con diferentes objetivos. En un análisis básico de oraciones, el verbo corresponde a la acción. Una de las cuestiones es verificar si la acción primigenia excluye a su vez la nominación, la integra, o si son dos entidades paralelas pero que jamás se interconectarían. Si al principio fue el Verbo, sabemos que la acción es muda; la palabra “agrega”, “mueve”, “limita” ese movimiento que llamamos acción. Pero en los libros sagrados, en la Biblia misma, el Verbo posee las dos cualidades: palabra y acción.
Junto a la
historia de Alí Baba, por ejemplo, en la noche 340, se narra la del príncipe
Zeyn Aasnam y del rey de los genios, donde en un momento, leemos: “Después de
haber dado sus instrucciones al príncipe, Mobarec empezó a hacer sus conjuros.
Al punto quedaron deslumbrados por un relámpago, que fue seguido de un trueno;
la isla quedó en tinieblas, se levantó un viento furioso y oyeron un grito
tremebundo. La tierra se estremeció del mismo modo que Asrafyel debe hacerla
temblar el día del juicio final”. (Volumen III, de la versión alemana de Weil).
¿No es Mobarec un émulo divino, que corre y descorre nubes, sombras, y hace con
pronunciar ese conjuro?
Corriéndolo,
ese Abracadabra no solamente definió núcleos de la trascendencia divina en
pliegue con sus posibilidades terrenales, como un Dios que jugara a los dados y
que, a pesar de cómo caigan, siempre los tira él; esa palabra, ese
desprendimiento, esa bifurcación del hacer versus el decir, fue relegado, para
constituirse en privilegio de los textos canónicos y sus hacedores divinos, de
las religiones oficiales, dejando en el lugar de superchería, conjuro, brujería,
a quienes osaran copiar a ese primer brujo, canonizado, institucionalizado por
su propia práctica. Si Dios dice, y con eso hace, o el propio Jesucristo para
los más terrenales, una bruja que mezcle elementos y lance palabras para
provocar la aparición del fuego, no es algo muy distinto. Sabemos igualmente
cómo les fue a las hechiceras y a quienes osaron penetrar en esos arcanos, no
tan misteriosos cuando los practicó la religión establecida, su enfático líder
o sus predestinados e indiscutidos sacerdotes.
Olga Orozco, quien ha buscado con la palabra llegar al origen, hace poesía experimentando que la disociación entre superchería, esoterismo y religión, provienen de un mismo magma; la oficialidad relega sus propios métodos condenándolos de paganos tras ser ejercidos por quienes no estaban bajo su paraguas institucional, fuera del dogma; era una herejía que lo intentaran, aunque jamás consiguieran sacar una chispa; su Dios, no sólo que pudo, sino que lo hizo. Habla Orozco:
He aquí el pequeño guijarro recogido para la gran memoria.
De este lado no es más que un pedazo de lápida sin inscripción alguna.
Y sin embargo desde allá es como un talismán que abre las puertas de mi
vida. (“Sol en Piscis”, en Los juegos peligrosos)
Que Alguien
haya separado la luz de las tinieblas con sólo decirlo, que haya podido reunir
las tierras y las aguas únicamente con decirlo, no es magia, sino que se erige
como un versículo que funda y ennoblece el principio de la religión revelada.
Veamos que la fuente de donde proviene el caos semántico y el ordenamiento
concreto de la realidad tiene un mismo patrimonio, una misma esencia, pero
diferentes formas de clasificación.
Jacques Derrida intenta corroborar, en ciertos tópicos de su teoría de la deconstrucción, que la escritura esconde siempre un sentido diferido, flotante, ausente pero presente. Llega a encontrar que, en la fuente filosófica occidental, la escritura primó a través de ciertas palabras marcadas (y antes habladas) que se constituyen como muros de sentido último que es imposible traspasar: Dios, Alma, Hombre, Verdad, etc. En La escritura y la diferencia, expone: “El sentido no es ni anterior ni posterior al acto. ¿No es lo que se llama Dios, que afecta de secundariedad a toda navegación humana, ese pasaje: la reciprocidad diferida entre la lectura y la escritura? Testigo absoluto, tercero como diafaneidad del sentido en el diálogo en el que lo que se empieza a escribir está ya leído, lo que se empieza a decir es ya respuesta. A la vez, criatura y padre del Logos” (“Fuerza y significación”, en La escritura y la diferencia.)
Lo que se dice
ya es respuesta, y esa respuesta es lo que llamamos acción. La cuestión es
similar a la del niño al que mandan a dormir temprano, pero que llega a
observar que el adulto se queda despierto hasta tarde haciendo las cosas que a
él le prohibieron, por ejemplo, mirar televisión. La magia y los conjuros, las
palabras hacedoras, valen para los dioses engendrados sobre institucionalidades
colectivas y fuertes en su verticalidad, pero no para las esotéricas y
aguileñas narices escondidas de mujeres (y no es casual que agregue: mujeres)
que intentaban llegar a esas experiencias increíbles a las que habían accedido
sus mayores eslabones espirituales. Porque volvemos al símbolo diabólico: la
brujería no busca destronar lo establecido, sólo repetirlo; hay una diferencia
de grado entre destruir algo y querer copiarlo. Una cosa es el odio, otra la
soberbia espiritual, a la que Milton le ha dado voz como nadie en El paraíso
perdido.
El Kibalyon es un documento del Siglo XIX que resume las enseñanzas del
egipcio Hermes Trismegisto
En la filosofía hermética, proveniente de Egipto, sobre todo, compilada en lo que se conoce como el El Kybalion, se nos dice que el principio de vibración reúne sonido, intensidad y efecto. La palabra es sonido y ese sonido es vibración, lo que origina o desvanece lo generado por el sonido: “Cada pensamiento, emoción o estado mental tiene su correspondiente intensidad y modalidad vibratoria. Y, mediante un esfuerzo de la voluntad de la persona o de otras, esos estados mentales pueden ser reproducidos, así como una nota musical puede ser reproducida haciendo vibrar las cuerdas de un instrumento con la velocidad requerida, o como se puede reproducir un color cualquiera.” (Capítulo IX. “Vibración”. El Kybalion). Hace su aparición la música, considerado el arte más perfecto. ¿Será que los alquimistas, Paracelso, Dios mismo, ¿hizo música al crear lo que existe, calcando con la palabra el sonido dormido que por ejemplo contiene una montaña? ¿Los nombres contienen el ritmo de las cosas, como una nota musical lleva su propia descripción, autonomía y agotamiento?
Nos caemos y
levantamos en el lenguaje. Podemos ser brujos de nuestra propia condición. El
desprendimiento de los mismos estímulos creadores pertenece al campo de la
historia del esoterismo y la religión; aunque siempre hay un patio del fondo en
donde guardamos las herramientas que nos sirvieron para erigir la casa. Nominar
es descartar lo que no formará parte de la momia lingüística que va envolviendo
nuestro mundo en cada época. Pero, a tener cuidado, porque, como escribe
Orozco: “Una palabra oscura puede volver a levantar el fuego y la ceniza”
(“Para ser otra”, en Los juegos peligrosos).
Escrito por Nicolás Jozami (Escritor y Profesor de Literatura)
NOTA: esta nota fue publicada
anteriormente en los siguientes medios: Revista virtual BIFE (La Pampa); Diario
Sierras (Córdoba), La Arena (La Pampa).
Obras de Nicolás Jozami
(2010). La quimera, Ciprés.
(2016). El brillo gemelo, Borde perdido.
(2018). La joroba del Edén, Cartografías.
(2018). Hueso al cielo, Editorial Alción.
(2019). Galería de auxilios, no-editorial.
(2022). Las leyes de la ausencia, Babel.
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