En la
última semana, el público argentino se ha familiarizado con el término
“estanflación” como resultado de las medidas que tomaría el próximo Presidente
de la Nación para “resolver” la crisis económica que atraviesa Argentina. En
términos técnicos, una “estanflación” es una situación crítica donde se combina
el estancamiento de la actividad económica con un crecimiento sostenido de los
precios. Ahora bien ¿podemos colaborar a clarificar al lector sobre el
significado de una situación “estanflacionaria” y sus posibles consecuencias a
través de un ejemplo histórico? En esta cuarta entrega nos trasladaremos al
Imperio Romano. Más precisamente al período previo a su caída
Un
edificio con cimientos de barro
En un artículo publicado en el diario La Nación, el economista liberal Orlando Ferreres, afirmó que la crisis económica del Imperio romano se debió al exceso en el gasto público por parte de los emperadores, en un claro intento de establecer una comparación con Argentina. Sin embargo, Ferreres omitió cuál era la composición del gasto público y ni hablar de la política en materia social, fiscal y económica llevada a cabo por los emperadores romanos.
Los emperadores, cuyas familias
provenían de las elites provincianas o romanas, ascendieron al poder luego de
las guerras civiles que marcaron el final del período republicano. Con el fin
de evitar un golpe de estado, los emperadores buscaron contrarrestar algunos
privilegios del ordo senatorial (la principal elite en Roma) como
el acceso a los principales cargos públicos, sin trastocar su poderío económico
basado en los grandes latifundios. En materia militar, promovieron a los caballeros (ordo equestre), cuya
principal actividad económica provenía de las obras públicos, la usura y la
organización de espectáculos.
Durante el Imperio romano, las fuerzas
militares se convirtieron en el principal trampolín para la carrera y ascenso
político. A principios del Siglo III, Roma ya había alcanzado sus límites
territoriales. Para mantener la pax, era imprescindible contar con un
ejército cuyas legiones y cuarteles debían diseminarse por todas las fronteras
del imperio. En el año 301 DC, las fuerzas militares ascendían a 950.000
efectivos. Además de las ventajas políticas a los caballeros, la carrera militar ofrecía a los soldados la
posibilidad de obtener sumas de dinero que no podía concretar como campesino o
artesano. Además del pago del salarium,
los soldados podían beneficiarse con los edictos imperiales de entrega de
tierras en las zonas fronterizas o el reparto de la donatio (sumas anuales entregadas por los emperadores al ejército).
Vivid
en armonía, enriqueced al ejército, ignorad lo demás fue la frase del emperador Septimio Severo a su hijo y
futuro gobernante, Marco Aurelio Antonio Caracalla. En el año 207 dc., el nuevo
emperador subió el salarium de los
soldados en un 50%. A partir de estas medidas, el ejército se fue transformando
en un actor de la política y gobernabilidad en Roma.
También es importante mencionar que la permanencia de prácticamente un millón de soldados era para evitar el incremento de la desocupación y, por consiguiente, de estallidos sociales. Los proletari (plebeyos sin acceso a la tierra y el trabajo) ya era un número importante en las ciudades y las áreas rurales dado que la principal mano de obra hasta el siglo III dc. provenía de los esclavos. Las alternativas para atenuar esta situación era el fomento de las obras públicas para contratar a proletari o la entrega mensual de raciones de pan.
Para solventar la maquinaria militar y presupuestaria, el Estado romano recurrió a la formación de una burocracia administrativa y un sistema impositivo centralizado. En relación al primer punto, en prácticamente un siglo (207-318 dc.) la estructura estatal se duplicó pasando de 15.000 a 35.000 funcionarios. Los cargos administrativos provenían principalmente de los principales sectores elitistas (senadores y caballeros) que aprovechaban su situación para ofrecer ventajas económicas a los grandes terratenientes o contratos para los empresarios de la obra pública. En cuanto al sistema impositivo tuvo un claro carácter clasista: exenciones impositivas para los senadores y caballeros, impuestos para los artesanos, pequeños comerciantes, plebeyos y campesinos basado en la capitatio (gravamen por cabeza).
El Imperio romano se sostenía bajo este
precario andamio.
Devaluaciones,
Control de Precios, Cuasimonedas y Golpes de Estado
El incremento del gasto militar basado en un presupuesto público con un sistema impositivo fuertemente regresivo hacia los sectores humildes comenzó a desmoronarse. Entre el 50 al 150 dc, el presupuesto anual del Estado romano pasó de 440 millones de denarius, la unidad monetaria del imperio, a 900 millones.
Para atenuar el incremento de los gastos
y el creciente endeudamiento, los emperadores recurrieron a progresivas
devaluaciones del denarius de plata.
En el último cuarto de siglo, Marco Aurelio y su hijo Cómodo, fueron uno de los
primeros emperadores en devaluar la moneda en un 25% y 50% respectivamente para
solventar las campañas militares en Germania y los gastos sanitarios luego que
una epidemia azotara las regiones centrales del imperio. En términos
monetarios, las devaluaciones iban acompañadas de la reducción de la acuñación
en plata. Cuando Caracalla llega al poder,
el porcentaje de plata era ya del 75%, por las devaluaciones de los anteriores
emperadores. En el 219 DC, sustituyó el denarius por el antonianus que
contenía una importante cantidad de cobre.
Esta situación se trasladó a la reducción de la entrega de raciones de pan a los proletari. o la erosión vía inflación de los ingresos, como los salarium de los soldados. En zonas como Hispania o Galia explotaron las deserciones y la formación de bandas armadas que ocupaban y saqueaban las zonas rurales. La indigencia es retratada crudamente por historiadores romanos de la época. Amiano Marcelino afirmaba que la plebe era tan pobre que ni bajo un techo propio podía pasar la noche, sino en tabernas o edificios públicos. Agregaba que los proletari sólo “se interesaban por los juegos de dados y las carreras”.
En 301, Diocleciano trató de poner fin a esta situación descontrolada promulgando el Edictum de pretiis rerum venalium (Edicto sobre los precios de los bienes en venta), que prohibía, bajo pena de muerte, subir los precios por encima de un determinado nivel para 1300 productos. En el preámbulo del edicto se culpaba a los agentes económicos de la inflación, se les tachaba de especuladores y ladrones y se les comparaba con los bárbaros que amenazaban al Imperio. Sin embargo, la mayoría de los productores optaron por comerciar los productos en el mercado negro o emplear el trueque en las transacciones. Esta situación creó un mayor incremento de los precios y cuatro años después de la promulgación del edicto, Diocleciano abdicó y se refugió en Nicomedia.
De esta forma se acudió a un sistema bimetálico. Por un lado, se encontraban las divisas extranjeras o monedas de oro o plata provenientes del comercio a larga distancia y que eran uso de las clases aristocráticas. Por el otro, comenzó a circularse los cospeles, monedas de cobre cuyo valor variaba de acuerdo a la región. La circulación de un sistema bimetálico se tradujo en una importante subida de los precios de los productos, que se fijaban en moneda de oro o plata, y el deterioro de los ingresos estipulados en moneda de cobre. Para atemperar esta debacle, los productores y artesanos recurrieron al trueque, una actividad que se extendió en varias regiones del Imperio.
La crisis económica se reprodujo en crisis política, y se incrementaron las peleas faccionales para alcanzar la cúspide del poder en Roma. Las guerras civiles y las usurpaciones fueron prácticamente ininterrumpidas. Según Perry Anderson, en los cincuenta años que van desde el 235 al 284 dc., “no hubo menos de 20 emperadores, 18 de los cuales murieron de muerte violenta, uno cautivo en el extranjero y otro víctima de la peste”.
¿Quién
pagó los gastos?
En 310 dc., el Emperador Constantino creó un nuevo solidus,
rebajando su peso a 4,5 gramos y titulándolo oro puro al 96-99 por ciento. Esta
moneda se convirtió en la nueva pieza central del sistema monetario del
posterior Imperio romano, sustituyendo a los devaluados numerales de plata del
pasado. Los economistas e historiadores liberales mencionan que el remplazo de
las monedas depreciadas por el patrón oro (solidus)
garantizó la estabilidad económica del Imperio. No obstante, no mencionan el
costo o sacrificio social de esta medida.
Las requisas de oro para garantizar la acuñación del solidus, provino esencialmente de la expropiación de los templos
paganos luego que el emperador oficializara al cristianismo como culto estatal.
El uso de esta moneda de oro benefició principalmente a la aristocracia terrateniente que obtenía la
renta de sus tierras en moneda de oro. En el Siglo IV dc., un senador promedio
alcanzaba la suma anual de 100.000 solidus.
Mientras que la moneda de cobre sobrevivió en las áreas rurales y la vida
urbana para abonar ingresos de los campesinos o asalariados.
Al mismo tiempo, los emperadores romanos crearon un rígido sistema de impuestos basados en pagos en especie para garantizar unos ingresos anuales del Estado. Estas requisas públicas restringían el libre suministro de bienes en el mercado común y empobrecían así a artesanos y comerciantes de todo el imperio. Peter Spufford cita la crónica de Gregorio de Tours que observó que “una gran cantidad de gente huía porque no podía o no queria pagar; mientras tanto en Limoges sus habitantes quemaron los libros del recaudador y le amenazaron de muerte”.
En materia presupuestaria, El Imperio
romano se dividió en dos partes (Oriente y Occidente) lo cual no se tradujo
necesariamente en una reducción de la maquinaria militar. Los ejércitos
imperiales se incrementaron con la incorporación de las tribus bárbaras bajo el
sistema de foederati. Aunque el
sostenimiento de la fuerza militar comenzó a recaer específicamente en los
terratenientes a través de la desregulación de sus declaraciones fiscales. Esto
agudizó la crisis de legitimidad del Estado romano dado que la lealtad del
ejército pasó a los terratenientes, encargados de abonar los salarium.
En un mismo sentido, aquellos plebeyos y campesinos arruinados por las deudas impositivas recurrieron a los potentados rurales. A través del colonato, el terrateniente se encargaba de la deuda del contribuyente con el fisco, a cambio que este abone una renta periódica en trabajo y especie. Este nuevo sistema de empleo no estaba exento de vejaciones y abusos como lo demuestran las innumerables quejas de colonos a lo largo del Imperio. Estallaron grandes revueltas campesinas como los boukoloi (“pastores”) en Egipto y las bagaudes (“rebeldes”) en la Galia. Estos levantamientos tenían el común denominador que estaban compuestos por pastores, campesinos, prófugos del ejército, colonos fugitivos y esclavos frente a los nobles locales. El reconocido historiador Edward Gibbon afirmó que estas revueltas adquirieron un carácter político al momento que los líderes campesinos se atrevieron “asumir los ornamentos imperiales” y adoptar el arrianismo, una vertiente del cristianismo con una postura opuesta a la Santísima Trinidad y a la concepción de un Dios único.
La estanflación y la posterior
estabilidad monetaria condujo inexorablemente a la concentración en grandes
latifundios y la expulsión en masa de campesinos y sectores urbanos pobres. La
evolución de la brecha social se tradujo de tal manera que en el léxico
jurídico y documental del Siglo IV la sociedad imperial se divide en dos
grandes sectores: los honestiores,
(“los más honrados”) y los humiliores (“los más pobres”). Salviano
de Marsella, historiador y teólogo, nos ofrece un cuadro sombrío de las
injusticias sociales que se estaban llevando a cabo en el languideciente
Imperio romano:
En un tiempo en que el Estado
romano está ya muerto o seguramente en sus últimos estertores, y en que allí
donde todavía parece con vida se consume estrangulando por las cadenas de los
tributos, y en un tiempo como éste, son tantos los ricos cuyos impuestos han de
pagar los pobres, es decir, son tantos los ricos cuyos impuestos acaban con la
vida de los pobres
Hasta la próxima entrega…
Léase
Alfoldy, Geza.
(1996). Historia social de Roma,
Alianza Universal.
Anderson, Perry.
(1979). Transiciones de la antigüedad al
feudalismo, Siglo Veitiuno Editores.
Ferreres, Orlando.
(2019). “La gran inflación al final del Imperio romano”, La Nación, 4 de diciembre.
Enlace: https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-gran-inflacion-al-final-del-imperio-nid2312482/
Gibbon, Edwards.
(2013). Decadencia y caída del Imperio
romano. Tomo 1, Editorial Atalanta
Spufford, Peter.
(1991). Dinero y moneda en la Europa
medieval, Editorial Crítica.
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