Bastardos sin gloria (2009), película dirigida por Quentin Tarantino
El cine, durante mucho tiempo, estuvo alejado del discurso académico de las Ciencias Sociales, pero desde ya hace unas décadas la reflexión en torno al séptimo arte es parte del análisis social, y la historia no es ajena a este fenómeno. Robert Rosenstone consideraba hace más de dos décadas que a pesar del crecimiento del interés de la historia por el cine y la multiplicación de eventos académicos y publicaciones, aún no había serios esfuerzos por tratar el rol de la cinematografía como vehículo para reconstruir la historia, ni tampoco existe un estudio pormenorizado acerca del cine histórico. Por su parte, Pierre Sorlin aducía que el recelo que las imágenes producen en los historiadores tiene que ver con la fuerte carga ideológica; así clarifica:
En octubre de 1956, los camarógrafos occidentales no pudieron entrar a Hungría. Instalados en la frontera austriaca, se limitaron a filmar a los refugiados. Los noticiarios relativos al caso húngaro dieron muy poca información sobre la revuelta misma. En cambio, se vio a muchas familias huyendo de su país, a bebés llevados en brazos y carretas repletas de equipajes miserables. ¿No contribuyeron estas imágenes a dar la impresión de que la insurrección estaba vencida de antemano? ¿No reforzaron una voluntad general de no intervenir?
A esto se suma que la Historia mantiene aún en la actualidad un fuerte sesgo del positivismo, a pesar de las críticas historiográficas planteadas desde las Escuelas de Annales en sus diferentes generaciones, por ello se evidencia cierta incapacidad de sumar diversas fuentes de análisis a los estudios históricos más allá de los textos escritos, y aún más acuciante es que la inclusión de tales materiales no incluye una crítica epistemológica ni ontológica del estatus de los mismos. Generalmente, esto se replica en la formación docente, muchas veces los profesores apelamos al visionado de una película, o a la lectura de un texto literario, para darle vida al contexto histórico en el cual sucedieron los hechos, por eso, las películas históricas y los documentales suele ser la primera opción. Sin embargo, el visionado no incluye los aspectos de análisis propios de la fuente que estamos abordando, es decir, el análisis fílmico.
En el cine
histórico, a veces se buscar dar sentido de realidad filmando en el lugar
preciso donde los hechos ocurrieron, pero no se presta atención a los cambios
efectuados por el paso del tiempo; otras se caen en anacronismos que funcionan
como facilitadores entre el espectador y la narración, por ejemplo, cambiar
uniformes militares de la Segunda Guerra Mundial por los de la Guerra de
Vietnam porque al público le resultan más familiares los segundos. La exactitud
de la reconstrucción histórica y la verosimilitud cinematográfica no siempre
van juntas, Marc Ferro señalaba ese distanciamiento cuando analizaba el rol de
la crítica en la recepción de algunas películas históricas, “cuanto más se
aproxima a una realidad, a una verosimilitud, menos dispuesta está a
reconocerlas la comunidad artística”. Fabio Nigra afirma que la aproximación
al hecho o sujeto histórico puede ser más o menos certera de acuerdo al tiempo
ocurrido desde el hecho, ya que “cuanto más al pasado se remonte la
búsqueda, los elementos que constituirán el contexto se hacen más raros, y por
ellos las producciones resultarán más uniformes- ello sin dejar de mencionar
que las grandes realizaciones cinematográficas parten de principios de que para
lograr el éxito comercial deben permitirse detalles expresivos modernos.”
Porque lo que se privilegia es la verosimilitud y el pacto con el público que deben empatizar con lo que se está viendo. Llegado este punto, es preciso indagar acerca de qué vemos cuando vemos una película histórica o sobre un hecho histórico. ¿Buscamos reafirmar nuestros propios sistemas de creencias? ¿Consideramos que la película debe decir lo que la Historia dice sobre los hechos? ¿Acaso intentamos que el Cine diga desde la Historia lo que la Historia no dice sobre el pasado?
Podríamos pensar dos películas muy diferentes y cuyas controversias fueron profundas. Por un lado, Quentin Tarantino reescribió la historia de la Segunda Guerra Mundial en Bastardos sin Gloria (2009), en su película se tomó la licencia de crear a un grupo de judíos que se vengan de los nazis, e incluso llega a preocupar al mismísimo Führer; una suerte de justicia poética quizás. A pesar de las recreaciones ficcionales sin rastro en el relato histórico, la película en su escena logra plasmar con maestría la ferocidad de una requisa nazi, y el nivel de horror y amedrentamiento con que vivía la población, especialmente la judía.
Por otro lado,
podríamos pensar en la multipremiada Argentina, 1985 (Mitre, 2022),
probablemente sea ésta una de las producciones más debatidas de los últimos
años. Muchas de las críticas no se centran en sus aspectos formales, es decir,
qué historia cuenta y de qué modo lo hace, sino en las formas de interpretación
del pasado. En consonancia con una nueva oleada que clama la necesidad de
“contar la historia completa”, atribuían a la película un sesgo ideológico por
no mostrar “los otros muertos”, en pretendida alusión al proceso previo al
golpe de Estado (1973-1976). Incluso cuando desde el nombre de la obra se establece
que la historia se narra desde 1985, el momento en que decide llevarse a cabo
los Juicios a Juntas, se le pedía la película que hiciera una especie de
balance. Por tal motivo, nos preguntamos si en casos como este no le estamos
pidiendo al cine que realice alguna forma de justicia que pareciera que la
Historia no hace, será porque las imágenes en nuestra contemporaneidad tienen
más presencia que los textos escritos y circulan con gran rapidez; o tal vez
sea porque socialmente se igualan las interpretaciones cinematográficas a las
históricas.
Argentina, 1985 (2022) película dirigida por Santiago
Mitre,
Asimismo, cuando nos posicionamos frente a un documental pareciera que la relación cambia, quizás porque lo que se cuenta se basa en hechos históricos, o porque los protagonistas cuentan su versión de los hechos frente a cámara, casi como si nos hablaran; o tal vez simplemente porque en la construcción del relato cinematográfico se utilizan y se citan fuentes históricas. Inconscientemente, el visionado de un documental incorpora la idea de una verdad irrefutable. No obstante, desde los estudios cinematográficos hace ya algunas décadas que se ha puesto en cuestión la idea de que exista un género documental diferente al ficcional, en este sentido, Bill Nichols reflexionaba del estatus narrativo de la obra cinematográfica y concluyó:
la narrativa como mecanismo para contar historias parece muy diferente del documental como mecanismo para abordar cuestiones cotidianas no imaginarias. Pero no todas las narrativas son ficciones. La exposición puede incorporar elementos considerables de narrativa, como demuestra con toda claridad la escritura histórica.
Esta afirmación
podría generar incomodidad ante la incertidumbre con respecto al análisis del
material que tenemos enfrente, pero revela que no podemos mantener una actitud
de ingenuidad frente al discurso audiovisual. Hay preguntas fundamentales que
deberíamos hacernos al ver un film. ¿Cómo se construyen las escenas? ¿Cuáles
son los aspectos ideológicos del film y cómo eso se expresa en los planos y el
montaje, el uso de la música, etcétera? Si pensáramos en la película El
Juicio que se estrenó un año después de Argentina, 1985 podríamos realizar
algunas reflexiones. El juicio se divide en 18 capítulos que exploran
diferentes aspectos de los Juicios las Juntas Militares, la película se basa en
las 500 horas del juicio filmado, y desde ese archivo se presentan los
testimonios; algunos de ellos también presentes en la obra de Mitre, sólo que
en este caso ficcionalizados. Entonces, cabe preguntarse acerca de cuál es el
impacto de recrear la historia mediante una ficcionalización, o de
seleccionarla en un archivo documental audiovisual; en todo caso, lo que prima
esclarece es que ni el documental es la forma decimonónica de la historia que
muestra los hechos tal cual son, porque tanto en las ficciones dramáticas como
en las propuestas documentales hay una elaboración, algo en lo que también se
asemejan el trabajo de los historiadores o de los docentes.
Escrita por Muriel Nogues, profesora en Historia
Léase
Ferro, M. (2008).
El cine, una visión de la historia. Ediciones Akal.
Nichols, B.
(1997). La representación de la realidad: cuestiones y conceptos sobre el
documental. Buenos Aires: Paidós.
Nigra, F. (2016).
El cine y la historia de la sociedad: memoria, narración y representación.
Imago Mundi.
Rosenstone, R.
A., Hueso, Á. L., y Alegre, S. (1997). El pasado en imágenes: el desafío del
cine a nuestra idea de la historia. En: Revista de Estudios de Comunicación,
3: 1-18.
Sorlin, P. (2005). El cine, reto para el historiador. ISTOR. Revista de
historia internacional, 5(20), 11-35.
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