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La necesidad de ir más allá de lo natural

En septiembre de 2012, los equipos de primera división del fútbol argentino (masculino) salieron a la cancha con un pedido de “Justicia por Mariano Ferreyra”, el militante socialista asesinado por una patota sindical peronista. En octubre de 2017, el futbolista Di Canio festejó su gol para la Lazio italiana como lo hacían los nazis, levantando su brazo derecho. En noviembre de 2018, la selección de fútbol argentina (femenina) consiguió la clasificación al mundial en un estadio repleto que cantaba consignas del movimiento de la mujer, contando con la simpatía de las jugadoras. En julio de 2023 la tenista de Bielorrusia Azarenka le negó el saludo a la ucraniana Svitolina en el marco del conflicto armado que sigue desarrollándose, desatando los silbidos de la cancha central de Wimbledon. Los ejemplos son infinitos. Usted podrá mencionar los suyos. Claramente, el juego propuesto es dicotómico: presentar casos en que formas ideológicas contrapuestas aparecen en el deporte a lo largo de su historia. De acuerdo al pensamiento político que cultive el lector, este podrá determinar que el deporte reproduce el status quo o que lo cuestiona. O quizás ambas. Sin embargo, también podrá notar que ninguno de los ejemplos presentados cuestiona al deporte en sí mismo. Todos tratan de la actividad como un medio de propaganda de ciertas ideas. Hoy, 6 de abril, es el día en que los organismos internacionales dispusieron que se celebre el día mundial del deporte, fecha elegida por el comienzo de los primeros Juegos Olímpicos (modernos) de Atenas 1896. Por ese motivo, me parece importante tomarnos el tiempo para pensar en aquellos que intentaron hacer del deporte, como práctica en sí misma, algo distinto.

Deporte obrero: no solo ideología

Hacia comienzos del siglo pasado el deporte ya se había transformado en un fenómeno de masas, una verdadera industria. Por lo menos en Argentina, el impulso del consumo popular del mismo iba rompiendo gradualmente las barreras que el elitismo amateur colocaba para la participación obrera. Como contrapartida, casi desde los comienzos, las prácticas deportivas más populares eran usadas por los burgueses como una herramienta ideológica en la lucha de clases; la creación de equipos por empresa, con el fin de alejar a los trabajadores de las “ideas peligrosas” es un ejemplo de ello.

Esta manipulación de los pasatiempos forzó a las organizaciones obreras de aquel tiempo (marxistas, anarquistas y sindicalistas) a “recalcular” su relación con estas actividades. Dejaron de lado su aversión inicial al deporte, en tanto actividad “vulgar” que alejaba a los trabajadores de la formación política e intelectual necesaria para combatir al capital. Surgió así el deporte obrero.

Si bien en un momento este se planteó como una contraposición ideológica con el deporte burgués (internacionalista, opuesto a la búsqueda del record, anti-elitista y anti-comercial versus el nacionalismo, la competitividad y el rendimiento, el individualismo y la mercantilización), cuando logró instituirse en la naciente URSS, sus premisas se radicalizaron y fueron más allá. Su objetivo, se proclamaba, no era la exaltación del atleta, sino la auto-superación, el bienestar y la puesta a punto para la lucha de clases. El hecho de que implicara un régimen educativo (buenos hábitos) para las masas “atrasadas”, en su mayoría de origen campesino, no lo alejaba del todo de las versiones más positivistas del deporte burgués, pensado como una forma de entrenar en los usos y costumbres requeridos para la productividad capitalista.

Ahora bien, si uno saliese a la calle y les preguntase a los transeúntes como definirían al deporte, una de las palabras que surgiría con seguridad sería “competencia”; ganar o perder. Este aspecto, considerado solidario con la lógica del mercado, fue cuestionado por las corrientes más radicalizadas dentro del gobierno soviético, encargadas de la cultura. Ellos propusieron una serie de actividades bajo la forma de gimnasia laboral, concursos y excursiones, pero, sobre todo, impusieron la prohibición de dos deportes extremadamente populares: el fútbol y el boxeo, las mayores expresiones de la competitividad de entonces. Naturalmente, estos prosperaron en la clandestinidad.

Lo importante aquí es que el cuestionamiento de la competencia implicó un cuestionamiento a un rasgo elemental del deporte como fenómeno moderno, aquel que los ingleses llevaron a todos los rincones del planeta. Ya no se trataba de una disputa por las ideas de las masas…¿era posible un deporte sin competencia?

Estampa de una competencia del deporte obrero durante la década del treinta. Fuente de imagen: Wikipedia

El incremento de la represión interna y los desplazamientos políticos pusieron fin a esta efímera experiencia. En 1925 el Partido Bolchevique legalizó los deportes prohibidos, declarando que la competencia no era negativa para la conciencia de las masas. A partir de allí, el deporte obrero recorrió un camino sin retorno hacia la asimilación al deporte burgués, primero queriendo emularlo y superarlo dentro de las estrechas fronteras nacionales, luego contratando especialistas externos y, finalmente, compitiendo en la arena mundial e integrándose a los organismos internacionales que otrora había tildado de nacionalistas y elitistas. Lo que pasó a estar en juego era el orgullo nacional soviético. Del viejo internacionalismo, ni rastro. El deporte dejó de ser un laboratorio de la nueva sociedad y pasó a ser una meramente herramienta diplomática.

 

El espíritu de los sesenta

La caída del modelo obrero como un proyecto superador, su adaptación a lo existente, no representó el fin de los intentos de convertir al deporte en algo transformador. Pocas décadas después de lo tratado anteriormente, las premisas del deporte burgués serían cuestionadas nuevamente. Surgía en la convulsiva década del sesenta otro movimiento cuyas ideas atravesaron a la totalidad de la sociedad y no dejaron de tener su eco en el mundo deportivo.

La era de huelgas y luchas juveniles y anti-imperialistas desató una faceta creativa que afecto a este ámbito. Muchos autores refieren a una fracción de la juventud que intervino en estos hechos, la cual fue cosechando una ideología post-materialista muy particular: opuesta tanto al “totalitarismo soviético” como a la ideología burguesa, especialmente el consumismo. Los aterraban los obstáculos a la realización personal y la integración cultural de los obreros que “el sistema” lograba conquistar.

Las banderas de la libertad, la expresión democrática y la creación fueron levantadas contra este estado de cosas, y sobre estas premisas fueron creadas nuevas prácticas deportivas. Estas emergerían como algo libre, cooperativo, divertido e individualista, no en un sentido de promoción de una “meritocracia”, sino más bien en referencia a un “deseo de individuación” dentro de una “cultura dominante” homogeneizante. El énfasis estaba en el disfrute, el riesgo, lo estético y la constitución de estilos de vida. El rechazo a la idea de institucionalización era grande, asociándola con la burocracia, promoviendo por el contrario actividades informales/auto-gestionadas, acompañadas de críticas a la medicalización, la segregación de género, la racionalización, la profesionalización/comercialización y tecnificación del deporte. Todas ellas propias del deporte burgués-moderno.

Aquí, nuevamente, al ponerse en práctica, la experimentación con estas nuevas prácticas dio como resultado un rechazo a la competencia, donde entraron a jugar otros parámetros, como la habilidad, la cooperación y el compartir para reglamentar las actividades. Lo importante era que este factor criticado no debía definir el status dentro de estos deportes.

Si bien este último puede ser un punto de contacto con el deporte obrero, la diferencia está, precisamente en la clase social detrás del proyecto. En tanto expresión de una fracción del movimiento estudiantil radicalizado, este fenómeno es caracterizado como una creación de la pequeño burguesía estadounidense. Un fenómeno contra-cultural, concebido como un desafío a los atributos estándar del ritual burgués. En una mirada más profunda, para estos sectores la nueva lucha era por el control del tiempo y la ubicación temporal del trabajo y el ocio, no solo por el bienestar económico. 

El Ultimate Frisbee surge en el contexto de la guerra de Vietnam, con el propósito de resolver las disputas con discos voladores y no con misiles. Fuente de imagen: Wikipedia

Estas actividades, llamadas por algunos deportes alternativos, deportes posmodernos o deportes extremos, fueron vistas como una amenaza para el deporte burgués, un rechazo consciente al mismo, bajo la forma de fuertes comunidades globalizadas de resistencia y acción política que podían asociarse con movimientos sociales como el ambientalismo.

A diferencia del deporte obrero, estas prácticas persisten al día de la fecha. Prueba de ello es, por ejemplo, la vigencia de snowboard o el surf. Sin embargo, su permanencia tiene como contracara su creciente comercialización e institucionalización. Trasmitidas por las grandes cadenas o parte los Juegos Olímpicos, existe un abismo entre los sesenta y la actualidad. Quizás haya que buscar la razón en el fuerte énfasis en el individualismo y la realización que pusieron desde su origen, ideas no contrarias a la lógica capitalista. Después de todo, como señalaba David Harvey, el potencial de los movimientos alternativos y contestatarios estará necesariamente sujeto al acercamiento que estos tengan a una crítica general al sistema capitalista.

En el día mundial del deporte, pensar estos momentos en que la humanidad cuestionó e intentó transformar (¿desdeportivizar?) una de sus principales fuentes de ocio (¿felicidad?), nos invita a mirar de forma optimista al deporte en tanto potencial factor de transformación social, pero nos advierte que es necesario ir más allá de lo aparente y naturalizado. Eso es lo que hicieron los dos movimientos presentados al cuestionar un factor aparentemente inherente al fenómeno deportivo: la competencia.

 

Nota escrita por David Ibarrola. Licenciado y profesor en ciencias antropológicas por la UBA. Doctorando en Ciencias Sociales por la UBA.


Léase

Edelman, R, (1993). A History of Spectator Sports in the USSR. Nueva York: Oxford University Press.

Frydenberg, J. (2013). Historia social del fútbol: del amateurismo a la profesionalización. Siglo veintiuno editores.

Harvey, D. (2013). Ciudades rebeldes. Del derecho de la ciudad a la revoluci6n urbana. Akal.

Jarvie, G. (2006). Sport, Culture and Society: An Introduction. Routledge.

Thorpe, H. (2009). Understanding ‘alternative’ sport experiences: A contextual approach for sport psychology. International Journal of Sport and Exercise Psychology, 7 (3), 359-379. https://doi.org/10.1080/1612197X.2009.9671915

Wheaton, B. (2007) After Sport Culture: Rethinking Sport and Post-Subcultural Theory. Journal of Sport and Social Issues, 31 (3), 283–307. https://doi.org/10.1177/0193723507301049

Wheaton, B. (2010). Introducing the consumption and representation of lifestyle sports. Sport in Society, 13 (7), 1057-1081. https://doi.org/10.1080/17430431003779965

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