Deporte
obrero: no solo ideología
Hacia
comienzos del siglo pasado el deporte ya se había transformado en un fenómeno
de masas, una verdadera industria. Por lo menos en Argentina, el impulso del
consumo popular del mismo iba rompiendo gradualmente las barreras que el
elitismo amateur colocaba para la participación obrera. Como contrapartida,
casi desde los comienzos, las prácticas deportivas más populares eran usadas
por los burgueses como una herramienta ideológica en la lucha de clases; la
creación de equipos por empresa, con el fin de alejar a los trabajadores de las
“ideas peligrosas” es un ejemplo de ello.
Esta
manipulación de los pasatiempos forzó a las organizaciones obreras de aquel
tiempo (marxistas, anarquistas y sindicalistas) a “recalcular” su relación con
estas actividades. Dejaron de lado su aversión inicial al deporte, en tanto
actividad “vulgar” que alejaba a los trabajadores de la formación política e
intelectual necesaria para combatir al capital. Surgió así el deporte obrero.
Si
bien en un momento este se planteó como una contraposición ideológica con el
deporte burgués (internacionalista, opuesto a la búsqueda del record, anti-elitista
y anti-comercial versus el nacionalismo, la competitividad y el rendimiento, el
individualismo y la mercantilización), cuando logró instituirse en la naciente
URSS, sus premisas se radicalizaron y fueron más allá. Su objetivo, se
proclamaba, no era la exaltación del atleta, sino la auto-superación, el
bienestar y la puesta a punto para la lucha de clases. El hecho de que implicara
un régimen educativo (buenos hábitos) para las masas “atrasadas”, en su mayoría
de origen campesino, no lo alejaba del todo de las versiones más positivistas
del deporte burgués, pensado como una forma de entrenar en los usos y
costumbres requeridos para la productividad capitalista.
Ahora
bien, si uno saliese a la calle y les preguntase a los transeúntes como
definirían al deporte, una de las palabras que surgiría con seguridad sería
“competencia”; ganar o perder. Este aspecto, considerado solidario con la
lógica del mercado, fue cuestionado por las corrientes más radicalizadas dentro
del gobierno soviético, encargadas de la cultura. Ellos propusieron una serie
de actividades bajo la forma de gimnasia laboral, concursos y excursiones,
pero, sobre todo, impusieron la prohibición de dos deportes extremadamente
populares: el fútbol y el boxeo, las mayores expresiones de la competitividad
de entonces. Naturalmente, estos prosperaron en la clandestinidad.
Lo
importante aquí es que el cuestionamiento de la competencia implicó un
cuestionamiento a un rasgo elemental del deporte como fenómeno moderno, aquel
que los ingleses llevaron a todos los rincones del planeta. Ya no se trataba de
una disputa por las ideas de las masas…¿era posible un deporte sin competencia?
El
incremento de la represión interna y los desplazamientos políticos pusieron fin
a esta efímera experiencia. En 1925 el Partido Bolchevique legalizó los deportes
prohibidos, declarando que la competencia no era negativa para la conciencia de
las masas. A partir de allí, el deporte obrero recorrió un camino sin retorno
hacia la asimilación al deporte burgués, primero queriendo emularlo y superarlo
dentro de las estrechas fronteras nacionales, luego contratando especialistas
externos y, finalmente, compitiendo en la arena mundial e integrándose a los
organismos internacionales que otrora había tildado de nacionalistas y
elitistas. Lo que pasó a estar en juego era el orgullo nacional soviético. Del
viejo internacionalismo, ni rastro. El deporte dejó de ser un laboratorio de la
nueva sociedad y pasó a ser una meramente herramienta diplomática.
El espíritu de los sesenta
La
caída del modelo obrero como un proyecto superador, su adaptación a lo
existente, no representó el fin de los intentos de convertir al deporte en algo
transformador. Pocas décadas después de lo tratado anteriormente, las premisas
del deporte burgués serían cuestionadas nuevamente. Surgía en la convulsiva
década del sesenta otro movimiento cuyas ideas atravesaron a la totalidad de la
sociedad y no dejaron de tener su eco en el mundo deportivo.
La
era de huelgas y luchas juveniles y anti-imperialistas desató una faceta
creativa que afecto a este ámbito. Muchos autores refieren a una fracción de la
juventud que intervino en estos hechos, la cual fue cosechando una ideología
post-materialista muy particular: opuesta tanto al “totalitarismo soviético”
como a la ideología burguesa, especialmente el consumismo. Los aterraban los
obstáculos a la realización personal y la integración cultural de los obreros
que “el sistema” lograba conquistar.
Las
banderas de la libertad, la expresión democrática y la creación fueron
levantadas contra este estado de cosas, y sobre estas premisas fueron creadas
nuevas prácticas deportivas. Estas emergerían como algo libre, cooperativo,
divertido e individualista, no en un sentido de promoción de una
“meritocracia”, sino más bien en referencia a un “deseo de individuación” dentro
de una “cultura dominante” homogeneizante. El énfasis estaba en el disfrute, el
riesgo, lo estético y la constitución de estilos de vida. El rechazo a la idea
de institucionalización era grande, asociándola con la burocracia, promoviendo
por el contrario actividades informales/auto-gestionadas, acompañadas de
críticas a la medicalización, la segregación de género, la racionalización, la
profesionalización/comercialización y tecnificación del deporte. Todas ellas
propias del deporte burgués-moderno.
Aquí, nuevamente, al ponerse en práctica, la experimentación con estas nuevas prácticas dio como resultado un rechazo a la competencia, donde entraron a jugar otros parámetros, como la habilidad, la cooperación y el compartir para reglamentar las actividades. Lo importante era que este factor criticado no debía definir el status dentro de estos deportes.
Si
bien este último puede ser un punto de contacto con el deporte obrero, la
diferencia está, precisamente en la clase social detrás del proyecto. En
tanto expresión de una fracción del movimiento estudiantil radicalizado, este
fenómeno es caracterizado como una creación de la pequeño burguesía
estadounidense. Un fenómeno contra-cultural, concebido como un desafío a los
atributos estándar del ritual burgués. En una mirada más profunda, para estos
sectores la nueva lucha era por el control del tiempo y la ubicación temporal
del trabajo y el ocio, no solo por el bienestar económico.
El
Ultimate Frisbee surge en el contexto de la guerra de Vietnam, con el propósito
de resolver las disputas con discos voladores y no con misiles. Fuente de
imagen: Wikipedia
Estas actividades, llamadas por algunos
deportes alternativos, deportes posmodernos o deportes extremos, fueron vistas como
una amenaza para el deporte burgués, un rechazo consciente al mismo, bajo la
forma de fuertes comunidades globalizadas de resistencia y acción política que
podían asociarse con movimientos sociales como el ambientalismo.
A
diferencia del deporte obrero, estas prácticas persisten al día de la fecha.
Prueba de ello es, por ejemplo, la vigencia de snowboard o el surf. Sin
embargo, su permanencia tiene como contracara su creciente comercialización e
institucionalización. Trasmitidas por las grandes cadenas o parte los Juegos
Olímpicos, existe un abismo entre los sesenta y la actualidad. Quizás haya que
buscar la razón en el fuerte énfasis en el individualismo y la realización que
pusieron desde su origen, ideas no contrarias a la lógica capitalista. Después
de todo, como señalaba David Harvey, el potencial de
los movimientos alternativos y contestatarios estará necesariamente sujeto al
acercamiento que estos tengan a una crítica general al sistema capitalista.
En
el día mundial del deporte, pensar estos momentos en que la humanidad cuestionó
e intentó transformar (¿desdeportivizar?) una de sus principales fuentes de
ocio (¿felicidad?), nos invita a mirar de forma optimista al deporte en tanto
potencial factor de transformación social, pero nos advierte que es necesario
ir más allá de lo aparente y naturalizado. Eso es lo que hicieron los dos
movimientos presentados al cuestionar un factor aparentemente inherente al
fenómeno deportivo: la competencia.
Nota escrita por David Ibarrola. Licenciado y profesor en ciencias antropológicas por la UBA. Doctorando en Ciencias Sociales por la UBA.
Léase
Edelman,
R, (1993). A History of Spectator Sports in the USSR. Nueva York: Oxford
University Press.
Frydenberg, J. (2013). Historia social del fútbol: del amateurismo
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editores.
Harvey, D. (2013). Ciudades rebeldes. Del derecho de la ciudad a la revoluci6n urbana. Akal.
Jarvie, G. (2006). Sport, Culture and Society: An Introduction. Routledge.
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Wheaton, B. (2007) After Sport Culture: Rethinking Sport and
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Wheaton, B. (2010). Introducing the
consumption and representation of lifestyle sports. Sport in Society, 13 (7), 1057-1081. https://doi.org/10.1080/17430431003779965
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