Además del problema económico, es
innegable que la alimentación de una sociedad se encuentra atravesada por las
costumbres, las tradiciones y las prohibiciones legales y morales. Pero
conviene preguntarse cómo operan estos mecanismos regulatorios cuando la
pauperización y el incremento del hambre alcanza un nivel extremo entre la
población laboriosa. El presente escrito pretende responder a este problema
abordando el caso de las hambrunas a principios de la Edad Media y las
estrategias que emplearon los sectores dominantes para normativizar las
prácticas alimenticias y evitar así la transgresión de aquellos tabúes que
podían plantear un cuestionamiento del orden social.
Lo puro y lo impuro
Las principales fuentes históricas que nos brindan un panorama del período medieval son los penitenciales, documentos elaborados por la Iglesia Católica que hablan de aquellos alimentos considerados incomibles, abominables o prohibitivos y, por ende, aquel que osase por ingerirlos merecía un castigo. En estos catálogos, las prohibiciones giraban, principalmente, en torno a la ingesta de la carne dado, que los vegetales eran considerados alimentos puros. A través de las historias de los santos ermitaños podemos notar la existencia de un ideal vegetariano de parte de la Iglesia, ya que el consumo de la carne se consideraba una transgresión de los principios dogmáticos eclesiásticos.
Entre
las prohibiciones podemos citar el castigo a todo aquel que ingiriese carne de
animales impuros como perros, gatos, ratas y caballos. Es importante mencionar
que estos animales eran sacrificados en las fiestas paganas, lo cual nos
permite discernir que esta prohibición se insertaba en el marco de la lucha contra
el paganismo. Para este caso, los penitenciales
se inspiraron en el Antiguo y Nuevo Testamento que se refiere al castigo
con tres años de penitencia para todo individuo que bebiera sangre o esperma de
un animal. La Iglesia toma los pasajes bíblicos y los readecua de acuerdo a las
circunstancias de los siglos VII al XII: la lucha contra el paganismo, la
herejía y la brujería. Es pertinente citar la novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, donde la Santa
Inquisición juzga a la mujer por “actos de brujería" al encontrarla con
animales "impuros", como un gato y un gallo negro respectivamente, cuando en realidad solo buscaba alimentarse.
En este contexto de lucha contra los cultos paganos y heréticos, la Iglesia inició una profunda campaña contra la hipofagia, el consumo de carne de caballo, un símbolo de las culturas de los pueblos germánicos y celtíberos. Para estas sociedades, la celebración del vínculo entre el ser humano y el animal reflejaba la veneración de la fecundidad de las mujeres por los dioses. En cambio, el cristianismo plantea una división entre el animal (putrescible) y el humano (reencarnable), Por lo tanto, no podía existir un compromiso entre la humanidad y la animalidad. De aquí viene la asociación del diablo o el demonio con la forma de una bestia cuya forma mezcla la apariencia de un humano y un animal.
Caníbal horror show
Los penitenciales destacan que los alimentos con mayores prohibiciones son aquellos provenientes de la carroña, incluyendo el canibalismo. En este asunto la documentación eclesiástica es taxativa al sostener que, si has bebido la sangre o has comido de cualquier animal u hombre, tres años de penitencia. Si bien no existen casos que nos permitan comprobar la existencia de canibalismo en ciertos períodos de la Edad Media, en los cuentos populares que compilaron los Hermanos Grimm, se mencionan casos de ingestas de humanos. Incluso, una de las moralejas de estos relatos era que aquel que incurriese en el canibalismo recibiría un castigo.
Evidentemente, los cronistas no desconocían el escenario social en que vivían e intentaron aprovecharse de esta situación para incrementar su influencia política y económica. En este sentido, la alusión al canibalismo era utilizada por la Iglesia para fustigar a los señores feudales por privar a los siervos y campesinos de ciertos medios (molino) para exigir mayores exacciones. También planteaba la exigencia de donativos a las elites aristocráticas para combatir el hambre. Asimismo, en el marco del sitio de Antioquía (año 1097), algunos clérigos sugerían a los campesinos que solo podían comer carne humana proveniente de “los cadáveres turcos”. Esto nos indica que el consumo de carne de un pagano o un infiel estaría justificado por las autoridades eclesiásticas.
La necesidad de supervivir
Las prohibiciones esbozadas por las autoridades religiosas o los cuentos populares condujeron a historiadores como Pierre Bonassie a pensar que la Alta Edad Media se caracterizó por una alta mortandad, las hambrunas cíclicas y la subalimentación del campesinado. En este aspecto, la Iglesia tenía en cuenta a la hora de impartir sanciones si los casos se encontraban circunscriptos a una situación apremiante como el hambre. También promovía la sustitución de alimentos en la dieta campesina al introducir los vegetales o cereales como el salvado o el centeno para la elaboración del pan.
En otros casos, las familias campesinas tomaban la difícil decisión de abandonar a sus hijos en el bosque o dejar morir a los ancianos. Sin embargo, estos ejemplos podrían reflejar un cambio de mentalidad, porque las personas prefierieron morir de una muerte digna que transgredir los tabúes propuestos por la Iglesia. Entonces, podriamos estar hablando de una adaptación o resistencia a un momento difícil cuyas decisiones evitaron quebrar con las reglas culturales y morales del orden, y evitar la extinción de la célula familiar. A su vez, la Iglesia se convirtió en una de sus principales benefactoras al recibir cuantiosas cantidades de propiedades y oro en concepto de "donativos" para atenuar el hambre en la población. Parafraseando a Martin Caparros, se dio comienzo a una industria cuya principal materia prima eran los habitantes famelicos y que tuvo a la Madre Teresa de Calcuta entre sus principales referentes.
Por otra parte, tanto para los sectores de elite como para los subalternos, los períodos críticos dejaron una huella para que en las épocas de crecimiento agrícola los campesinos decidiesen incrementar sus índices de producción y resguardar parte de su cosecha, luego de abonar las rentas señoriales, a modo de prepararse para un nuevo momento complicado.
¿Acaso no es esta la moraleja del cuento de la cigarra y la hormiga?
Lease
Bonassie P. (1993). Del esclavismo al feudalismo en Europa Occidental, Editorial Crítica.
Caparros, M. (2005). El hambre, Editorial Planeta.
Grimm,
W & Grimm J. (2017). Todos los
cuentos de los hermanos Grimm, Antroposófica.
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