Además del problema económico, es innegable que la alimentación de una sociedad se encuentra atravesada por las costumbres, las tradiciones y las prohibiciones legales y morales. Pero conviene preguntarse cómo operan estos mecanismos regulatorios cuando la pauperización y el incremento del hambre alcanza un nivel extremo entre la población laboriosa. El presente escrito pretende responder a este problema abordando el caso de las hambrunas a principios de la Edad Media y las estrategias que emplearon los sectores dominantes para normativizar las prácticas alimenticias y evitar así la transgresión de aquellos tabúes que podían plantear un cuestionamiento del orden social. Lo puro y lo impuro Las principales fuentes históricas que nos brindan un panorama del período medieval son los penitenciales , documentos elaborados por la Iglesia Católica que hablan de aquellos alimentos considerados incomibles, abominables o prohibitivos y, por ende, aquel que osase por ingerirlos merecía un c
Discípulo de Darío, el cordobés natural de Villa de María del Río Seco -al norte de la provincia-, y proclamado por los regímenes conservadores como el “poeta nacional”,también sabía dar la nota. Así lo hizo con el maestro de la chacarera, don Andrés Chazarreta, mostrando respeto hacia las expresiones populares. En el Totoral, hacia el año 1874 -región de la que Groussac supo decir “dormida, más bien sumida en el atraso y la bestialidad”-, nace Leopoldo Lugones y con él, como lo vio Rubén Darío, su fanatismo: un convencimiento de americanista hasta las tabas, y, sobre todo, de anti-burgués. Certeza que lo llevó a una deriva contradictoria frente al poder, la cual pagó quitándose la vida. Quizás por ese americanismo a ultranza escribe El Payador , donde narra los inefables misterios del hombre de tierra adentro. Y lo hace convencido, señalando que, en nuestra Argentina, la “alta cultura” no solo viene de Europa, como lo refleja la siguiente anécdota extraída del libro Lugones ,